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ESTO SE HA ESCRITO Y TU LO TIENES QUE LEER

SELECCIÓN de Jodete Merkel

28 de diciembre de 2016

La huella de la milana

"Entre octubre y diciembre de 1983 se rueda en Alburquerque una de las películas más taquilleras del cine español, Los Santos Inocentes

Un relato mítico que ha terminado convirtiéndose no sólo en la representación de la España rural de los años 60, sino en el símbolo más certero de la historia de Extremadura

Esta es una película que trata de opresores y de oprimidos. Aquí no se habla de proletariado ni de revolución pero la obra es uno de los alegatos más contundentes que se han hecho para denunciar la tiranía de clase"

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Texto completo en:
http://www.eldiario.es/eldiarioex/sociedad/huella-milana_0_595291153.html



En apenas unos años las condiciones de vida han empeorado hasta el punto de que sabemos que ya vivimos y viviremos peor que nuestros padres y madres. Nos tratan como mercancías en un mercado laboral cada vez más desregulado, con nuestras vidas cada vez más a la intemperie. Avanza la precariedad, se asientan las privatizaciones y los recortes de servicios públicos, se machacan impunemente derechos básicos.

Hemos pasado de escandalizarnos por ser mileuristas a alegrarnos de lograr un trabajo de 700€ en jornadas laborales de hasta 40 horas. La alternativa es el paro: seguimos en tasas escandalosas del 20%, casi la mitad de larga duración (más de dos años). Los sueldos que se han expandido en esta crisis impiden una vida digna, pagar una vivienda y otros gastos básicos de subsistencia, por no hablar del ocio y la cultura.

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IU- Las Rozas
15/01/2017

Texto completo en:

http://www.izquierda-unida.es/node/16381

La controversia favorable: una crítica al errejonismo.

Partiendo de los míticos seleccionadores argentinos Menotti y Bilardo, el autor analiza la estrategia del secretario político de Podemos: “No está sabiendo leer la necesidad de una convergencia más allá de lo electoral y está dando un balón de oxígeno al sistema político del 78 con sus repliegues institucionales”.

18 enero 2017
07:00


Daniel Bernabé

Menotti y Bilardo fueron algo más que dos entrenadores, que los seleccionadores que llevaron a Argentina a ganar sus únicas Copas del Mundo en 1978 y 1986. Durante décadas mantuvieron un antagonismo convertido en escuela, en filosofía de vida más allá del fútbol. Menotti, flaco, fumador, de simpatías izquierdistas, apostaba por un juego al ataque en el que debía participar todo el equipo, donde el balón había que tenerlo y mimarlo durante todo el encuentro. Por contra para Bilardo, el narigón, el doctor, la victoria era consecuencia de buscar la puerta del rival sin importar otras consideraciones, ni siquiera morales, según explican las estrafalarias leyendas asociadas a su persona. Lo interesante de esta historia es que el debate, al menos en los medios españoles, se planteó de una forma parcial cuando no falsa, una que venía a decir que mientras que los equipos de Bilardo jugaban feo pero ganaban, a los de Menotti les daba igual el resultado mientras que jugaran bien.

Recordando esta rivalidad me ha sido difícil no pensar en la campaña previa a Vistalegre 2, no tanto porque los candidatos pudieran representar el choque filosófico de los entrenadores, sino sobre todo porque la forma en que la facción errejonista ha planteado la contienda recuerda a esa falsa elección, que tanto daño hizo al fútbol, entre ganar y jugar bien. De las múltiples habilidades del secretario político de Podemos brilla por encima de todas la capacidad de construir escenarios de controversia favorables, o dicho de otra forma, no es tan importante la explicación de las ideas propuestas como la unión artificial de esas ideas a unas categorías positivas que además marcan negativamente al rival. Cuando Errejón dice que él quiere a un Podemos ganador, no sólo se apropia de algo que se supone obvio, sino que señala a sus adversarios con el estigma de la derrota.

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Texto completo en: http://www.lamarea.com/2017/01/18/la-controversia-favorable-una-critica-al-errejonismo/

Mal rato


ISAAC ROSA

Eres Rodrigo Rato. Sí, tú. Querrías no serlo, en este momento más que nunca. Pero eres Rodrigo Rato. Si te giras, ahí está tu reflejo en la puerta acristalada del restaurante. No es que necesites comprobar tu propia identidad, sólo quieres ver tú también lo que ven quienes ahora pasan por esta calle. Ahí estás, inconfundible, con cara de apertura de telediario, un rostro demasiado conocido y con ese aura magnética propia de todo famoso, que atrae las miradas incluso cuando no lo reconocen. No es tu caso: claro que te reconocen. Has olvidado las gafas de sol en la mesa, y no es buena idea volver a entrar. Mejor que en la puerta del restaurante, puedes verte reflejado en los ojos de quienes al pasar ralentizan la marcha, te miran sin disimulo, giran la cabeza, comentan con sus acompañantes, señalan, te señalan. “¡Es Rodrigo Rato!”
¿Dónde está el coche? Y sobre todo, ¿dónde está tu escolta? Lo del chófer lo disculpas, es una calle con un solo carril y no hay aparcamiento a la vista, estará en una calle próxima, o en un parking, escuchando el fútbol o haciendo esos estúpidos sudokus. Pero el escolta, qué hace que no está en la puerta, o en la acera de enfrente, o como muy lejos en un bar próximo del que ya debería haber salido al verte ahí, detenido en la puerta del restaurante, con la gabardina en el brazo y esa expresión de urgencia. No es la primera vez que se despista, que da por hecho que una comida durará lo suficiente como para acercarse a un centro comercial próximo, a comprar cualquier mierda, y te obliga a llamarlo como ahora. Llamarlo. El teléfono. ¿Dónde…? ¿Quedó ahí dentro, sobre la mesa? Te giras para buscar tu mesa, la que acabas de dejar a la carrera y sin haber probado ni el primer plato, pero el cristal te devuelve tu mirada nerviosa.

Volver adentro no es buena idea, ni siquiera estás seguro de que el teléfono esté ahí, que siga ahí, que no lo haya cogido al descuido algún camarero o uno de esos hijos de puta que te jodieron la comida antes de empezar. En cuanto aparezca el escolta llamarás a la compañía para que bloqueen el terminal, pero para eso primero debe regresar tu protector, y no lo distingues entre los muchos que circulan por esta calle comercial y te miran con incredulidad, incluso sacan el teléfono para fotografiarte. Tienes que moverte cuanto antes, pasmarote. Como no ves el interior del restaurante, imaginas a los clientes también fotografiándote desde sus mesas, tuiteando la imagen del gran hombre desvalido en la pecera, los camareros y hasta el maître uniéndose a la chanza.

Empezaron apenas entraste, confirmando la inquietud que sentiste cuando el coche te dejo hace unos minutos a la puerta y viste la fachada, la calle, el barrio. Un restaurante que no conoces, muy recomendado pero territorio inexplorado para ti, mal lugar para una cita, sobre todo cuando el maître te dijo que no disponían de reservado, que la mesa a tu nombre era esa, en un lateral de un comedor lleno. Te tranquilizó ver tanta corbata, gente de negocios, no tan proclive a la fácil demagogia y al linchamiento como aquellos cretinos que hace unas semanas te persiguieron por el aeropuerto al bajar de un avión. Unos graciosos, que se cobraron como trofeo varios vídeos pronto viralizados, en los que aparecía el gran hombre acelerando el paso como un cervatillo. Aquí no, en principio no te pareció un territorio hostil, pese al silencio que atronó a tu llegada: todas las cabezas se giraron hacia ti, con asombro, sonrisas de reconocimiento, codazos. Te sentaste a la mesa y, mientras esperabas a tu compañero de almuerzo, te refugiaste en el teclado del teléfono para no cruzar la mirada con quienes murmuraban el único tema de conversación posible. No sabes quién fue el primero, qué más da. De pronto un tipo levantó la voz y soltó, con entonación graciosa: “Alguien ha arruinado un banco… Y no me gusta señalar”. Todos se unieron en carcajada, y para confirmar que conocían el viejo chiste de Gila, en seguida hubo réplicas desde otras mesas: “Alguien ha defraudado a Hacienda… Y no me gusta señalar.” “Alguien viaja mucho a Suiza… Y no me gusta señalar”. Así siguieron otras ocurrencias, apenas audibles bajo las carcajadas, mientras tú fingías absurdamente estar pendiente del teléfono. “Camarero, ¿aquí se puede pagar con tarjeta Black?”, preguntó un chistoso, y ya no tenía sentido aguantar más, era el momento de retirarse, no sin antes dar un sorbo de dignidad al vaso de agua, para después levantarte despacio y caminar hacia la salida sin apariencia de fuga, con paso calmo entre los abucheos. Y ahí sigues, en la puerta.

Descartado buscar refugio en el restaurante, das unos pasos cortos hacia la derecha. No piensas alejarte, el conductor y el escolta te buscarán en el restaurante, es sólo moverte, dejar de ser el pez en la pecera para burla de los comensales e intentar que en movimiento tu rostro sea menos reconocible para quienes no sólo te señalan y comentan, sino que han empezado a seguirte. Mientas caminas despacio por la acera, de reojo un escaparate te descubre que ya hay una decena en espontáneo tropel tras tus pasos, con los teléfonos preparados para cuando te gires.

Ya no eres tú quien toma las decisiones, son tus piernas las que reciben la atávica descarga de adrenalina desde el sistema nervioso, la orden para preparar la huida, por ahora contenida en una aceleración del paso, espaciar la zancada, lo que sólo sirve para convencer a los indecisos, los que aun dudaban de si tú eres realmente quien pareces o es sólo un desdichado parecido físico, pero sí, es él, Rodrigo Rato, qué hace aquí, a dónde va, espera granuja, que no te hacemos nada, cuidado con las carteras que hay un ladrón cerca. Risas. Giras la primera esquina y esos dos segundos en que dejan de verte te anima a correr, pero correr hacia dónde, sólo empeoraría la situación, alimentaría más sus ganas de seguirte, no corres pero aprietas un poco más el paso, la nueva calle tiene más tráfico y buscas una luz verde de taxi. La calle tiene también más peatones, que al cruzarse contigo, ahora además alertados por el revuelo a tu espalda, se detienen pasmados, buscan deprisa la cámara del teléfono, algunos se unen a la comitiva mientras tú prosigues tu caminata ya al límite de la carrera. Sigue sin aparecer el taxi que te salve.

No tiene sentido prolongar la persecución, ni alejarte aún más del punto de recogida, así que al girar otra esquina te cuelas en el primer local. En un primer vistazo reconoces una de esas tiendas de conveniencia que llaman “chinos”. Al menos confías en que la nacionalidad del propietario lo tenga al margen de la actualidad española. Que no te conozca. Avanzas hacia el fondo, das los buenos días al chino, que no ha levantado la vista del televisor, y te detienes en un estante como quien busca algo que necesita. Son productos de limpieza, detergentes baratos, imaginas la foto resultante si alguno de los perseguidores entrase móvil en mano: el gran hombre, rodeado de chismes de plástico y juguetes made in China, mira con atención un friegasuelos de menos de un euro la botella.

Te tranquilizas al ver que nadie más entra en la tienda. Hay revuelo a la puerta, oyes voces, cuánto aguantarán, se darán por vencidos o pedirán refuerzos, avisarán a las televisiones, lo que daría un productor de informativos por estas imágenes: el exministro, el padre del milagro español, el jefazo del Fondo Monetario Internacional, el ex banquero, el juguete roto, el chivo expiatorio que todos necesitan, el enemigo público, el gran villano, mírenlo ahí, acorralado en un chino, como un animalito asustado.

“¿Puede dejarme usar su teléfono?”, preguntas al dueño, que se ha girado hacia ti con una bolsa de plástico en la mano, el gesto mecánico con que pensaba recibir la litrona o la bolsa de patatas. “Teléfono, por favor”, vocalizas con claridad, ayudando la comunicación con un gesto universal de mano haciendo auricular en la oreja. El chino te señala unas tarjetas de prepago colgadas de la pared, en el momento en que entra una mujer en la tienda. Es joven, no tiene aspecto de linchadora sino de madre que ha bajado a buscar el ingrediente que le falta para la comida. Sin embargo, tras un vistazo a la nevera, saca en gesto rápido el teléfono y apunta hacia ti, mientras desde la calle llegan gritos de aprobación. “¿Hay alguna puerta trasera?”, urges al chino, y qué tonterías se te ocurren, una puerta trasera peliculera que dé a un callejón con cubos de basura, desde el que trepar por una escalera de incendios y huir por los tejados. Claro que no, ni siquiera hace falta que te conteste el de la tienda, la chica ya ha salido y habrá compartido tu pregunta con los demás, esas risas lo confirman.
¿Y ahora qué? ¿Cómo sales de aquí? ¿Echas a correr hacia la calle y no paras hasta encontrar a tu chófer, a tu escolta, a un taxi, hasta alcanzar tu portal o caer antes infartado en la acera? ¿Te quedas aquí hasta que se aburran y se vayan? ¿Hasta que te saquen a rastras? ¿Llamas a la policía? ¿Y qué les dices, si nadie te ha puesto un dedo encima, nadie te ha empujado a entrar, nadie te ha amenazado? ¿Les dices que tienes miedo?

Texto completo en el libro de relatos de Isaac Rosa "Welcome" editado por LaMarea.com

TE LO DIGO YO

miércoles, 11 de julio de 2012

¿Por qué los políticos no sudan?






Una fábula sobre como se evito 
la combustión espontánea 
de nuestros políticos.

La “casta política” estaba sufriendo en los últimos lustros un creciente desprestigio ante la ciudadanía. Sus opulentas formas de vida, sus altísimos salarios, sus prebendas sociales, su falta de rendimiento en el trabajo, su prepotencia social, su desinformación, su escasa actividad diaria consistente en la mayoría de los caso en apretar un botón o alzar la mano en votaciones, sus sobresueldos por hacer acto de presencia en comisiones y reuniones, su desfachatez al justificar su escasa productividad social, su tendencia a creerse los amos del chiringuito, su indolencia ante los problemas de los ciudadanos, había hecho que se les considerara una casta maldita, solo al servicio de los poderosos.

No todos los políticos eran iguales, es cierto. Pero cada día era más difícil encontrar esa voz disidente, entre tanto individuo chungo. Haced la prueba buscar en Google, cuantos políticos de nuestro país han dimitido de forma voluntaria por negarse a llevar a cabo políticas económicas y sociales claramente contrarias a sus convicciones o al programa políticos que les llevo al cargo, cuantos se han negado a aplicar directrices del partido contrarias a los intereses de los ciudadanos, cuantos han alzado su voz públicamente para denunciar políticas dañinas aplicadas por sus correligionarios.

Pero algo iba a cambiar, pronto no seriamos solo los ciudadanos los que habríamos de sufrir. No seriamos solo nosotros a quien habría de matar la hipertensión por ansiedad, quienes sufriéramos estrés laboral,  los que nos quedaríamos calvos por no poder hacernos implantes , quienes nos veíamos afectados por la maldición bíblica.

El político español estaba aterrorizado, no le llegaba la camisa al cuello. Los científicos y técnicos habían determinado en un estudio encargado por las más altas instancias de la nación, la causa de los males que aquejaban a la casta política y estaban a punto de comunicarles sus conclusiones.


Una plaga bíblica había caído sobre la casta política,  
habian olvidado como sudar.  

Si así como lo oís, nuestros políticos eran incapaces de emitir ni una gota de líquido por sus glándulas sudoríparas. Y esto no es algo baladí médicamente hablando, sudar es imprescindible para la correcta regulación térmica de nuestro cuerpo, y ellos que tanto han hecho para evitar quemarse políticamente, corrían ahora el riesgo de salir ardiendo realmente sin poder controlarlo. La tan conocida combustión espontánea, había dejado de ser un tema paranormal, para convertirse en un asunto normal que afectaba con insistencia a su casta.

La primera voz de alarma la dio un político canario, que prácticamente se churrasco en la sede del ayuntamiento tinerfeño que presidía. Sin motivo aparente alguno, mientras pensaba en sus cosas durante la intervención de un compañero de la oposición, que le hacia notar la paja en su ojo de modo poco amistoso, regando sus discurso de apelativos como golfo, ladrón, impresentable o bananero. El mencionado edil presidente, sintió como un fuerte calor le subía por las piernas hasta llegar a sus tripas y terminar en su cabeza. Intento paliar este sofoco ingiriendo un trago de agua embotellada de Vichy y abanicándose con el informe negativo del interventor, a su propuesta de urbanización del patio de la casa del jefe de la oposición municipal.

Nada de esto tubo efecto y la calorina se convirtió en una febril sensación, para convertirse finalmente en lo que se podría sentir de estar siendo cocinado en un microondas a máxima potencia. Sin aviso previo su cabellos recientemente reimplantados en su cabeza comenzaron a humear, la pasta de sus gafas de sol elegantemente colgadas sobre su pecho, comenzaron a retorcerse ablandadas por el intenso calor, los empastes de oro de su boca saltaron como gotas sobre una plancha al rojo. En unos instantes su carísima chaqueta de Armani dio un fogonazo y comenzó a arder, prendiendo casi al unísono sus pantalones de lino virgen. Solo la diligente intervención del ordenanza, al que acababa de bajar el sueldo el pleno como medida de austeridad, que se abalanzo sobre el extintor más próximo, que resulto estar vacío e inservible, pero que no se dejo vencer por esa contrariedad y en un arrebato de clarividencia arranco el carísimo tapiz con el nuevo escudo del municipio, que había costado a las arcas municipales 80.000€, y envolvió con el al flamígero regidor, al que arrastro hasta el balcón del ayuntamiento, para lanzarlo, con poco acierto, al pilón de la fuente de la plaza. Finalmente tras darse un carrerón y trastabillarse en las escaleras del cabildo, consiguió introducirlo en el agua, que pareció hervir por algunos momentos, hasta finalmente conseguir apagar el incendio fortuito, salvando la vida del burócrata casi achicharrado. Este que podía a ver sido un caso aislado de autocombustión política, se extendió como una epidemia por el suelo patrio, pronto se dieron casos en la Comunidad Valenciana, Murcia, Castilla-La Mancha, Aragón, Madrid, Andalucía y Extremadura. Los políticos del norte de la península en un principio respiraron aliviados al observar que el fuego no atravesaba la barrera formada por el Ebro y el Duero. Pero pronto comenzaron las quemas en Cantabria, extendiéndose al poco por todo el arco Cantábrico hasta La Coruña, y hacia el este por Euskadi y las faldas pirenaicas hasta Cataluña. Finalmente La Rioja, Navarra y Castilla y León pasaron a formar parte del mapa político-pirogénico español.


Se intentaron todo tipo de medidas preventivas, realizar plenos, comisiones, consejos y cualquier actividad política primero con la fresca de la mañana y ante la inutilidad de la medida directamente de madrugada. Nada parecía tener efecto, los casos se reproducían sin control, con el consiguiente regocijo de las gentes, que podían disfrutar de espectáculos llameantes fuera de las fiestas patronales de la localidad. Finalmente se decidió dotar a toda institución política de un reten de bomberos en constante guardia, que impidiera al menos la calcinación de la victima, y minimizara las perdidas materiales.

Se formo una comisión para estudiar y dar solución al problema, pero a los cuatro días todos sus miembros habían ardido sin remisión y sin poder tomar ningún acuerdo ni decisión. Finalmente un emprendedor manchego, dio con una solución temporal al problema, realizar el trabajo político sumergidos en el interior de las piletas de piscinas públicas y privadas. Se dicto un Decreto/Ley por el que fueron requisadas para uso administrativo cada una de las albercas y piscinas recreativas y olímpicas. Enseguida se hizo notar lo impopular de la medida, que privaba a los ciudadanos del refrescante asueto veraniego. Se produjeron manifestaciones multitudinarias, paros laborales parciales en las grandes y pequeñas industrias, encierros y vigilias. Pero lo que finalmente obligo al Gobierno a replantearse la medida, fue la amenaza sindical y civil de abandonar los puestos de trabajo y dirigirse en masa a la costa en busca del frescor de las aguas marinas. Se público una reforma del Real Decreto, que otorgo el uso y disfrute de una tercera parte de cada piscina a la ciudadanía, con la única obligación de no hacer aguas menores en su interior, bajo pena de cárcel y multa de 3000€ para los infractores.

Una vez habilitada la intendencia necesaria y puesta en marcha la controvertida solución temporal del problema, se encargo al CSIC la elaboración de un estudio, cuyas conclusiones ya citamos al principio de la narración.

Una vez conocida la causa era necesario encontrar una solución permanente y general. La investigación con animales no condujo a ningún resultado útil. El estudio parecía empantanado, los científicos y técnicos no conseguían abrir ninguna vía de investigación prometedora. Fue una persona ajena a los círculos científicos, culturales e incluso a la ESO, pero de gran renombre en los medios de prensa del corazón, el que sugirió una posible línea de investigación. Este famoso muy cercano por matrimonio a la realeza española, descubrió a los atribulados investigadores algo que ellos desconocían pero que la ciudadanía ya sospechaba, la Casa Real española y las europeas tampoco sudaban y sin embargo no se
producían entre ellos las combustiones que afectaban a la casta política. Por pura desesperación y saltándose lo estipulado en la Constitución Española, se permitió entrar a saco en las dependencias reales e investigar a fondo entre sus miembros que les hacia resistentes a la plaga pirómana. Se les sometió a todo tipo de pruebas, se extrajo todo tipo de fluidos de sus cuerpos, se formuló un estudio exhaustivo, sin resultado alguno. Y vuelta a entrar en un callejón sin salida.

La inmersión permanente en agua de los políticos empezaba a ser insostenible, cada vez su piel se parecía más a la de los garbanzos para el cocido de mañana, que veía en la cocina de mi madre. Esto aparte de antiestético, al parecer tampoco era muy saludable. Se pidió ayuda internacional finalmente, venciendo los recelos de nuestro presidente del gobierno, que dejo claro que aquello nunca podría ser considerado como un rescate internacional y que solo era un préstamo científico e intelectual. Llegaron miles de propuestas de trabajo, se lanzaron innumerables teorías y se realizaron cientos de estudios, pero no hubo esperanza de encontrar una solución hasta que un erudito alemán, doctor en egiptológica y en las antiguas culturas del medio oriente, dio a conocer que no siempre la realeza estuvo exenta de sufrir la combustión que traía consigo la falta de sudor. Entre las primitivas castas faraónicas egipcias y sus semejantes del creciente fértil, se producían a menudo las cremaciones en vida sin causa aparente, al parecer fue a costa del paso de generaciones, como al parecer por una mutación genética, se consiguió eludir el llamado castigo de los dioses.

Lejos de suponer una solución operativa, esta conclusión lleno de desasosiego a nuestros políticos, que no estaban dispuestos a sufrir generación tras generación la dolencia, hasta que su cuerpo encontrara la mutación que les hiciera inmunes. No estaban acostumbrados a sufrir penalidades ni dispuestos a sacrificar sus vidas por su país a cambio de nada. Además algunos de los políticos mas veteranos comenzaron a sufrir problemas derivados de la larga inmersión, que en algunos casos les conducían al sueño eterno. Finalmente la solución surgió inesperadamente de un pequeño pueblo de Andalucía, inexplicablemente los ediles del partido que gobernaba el consistorio, no se veían aquejados por el molesto problema, al parecer eran incombustibles. Durante los últimos 20 años habían estado llevando las riendas del concejo, venciendo la oposición de los grandes partidos nacionales, que les habían cortado toda posibilidad de financiación, lo que les obligaba  ha hacer de la política no una profesión, sino un servicio comunitario en sus horas libres, desarrollando cada uno de ellos su profesión como medio de vida. Desde el primer año de gobierno municipal, allá por los ochenta, se vieron obligados a mantener sus trabajos al margen de la política. Aquellos ediles de pueblo sudaban, sus glándulas sudoríparas estaban en perfecto estado de funcionamiento, dispuestas a actuar cuando los hechos y su cuerpo lo requirieran.

La conclusión era aterradora, el trabajo no solo dignificaba a los ciudadanos corrientes, sino que les protegía de la combustión. Se experimento con políticos de bajo rango, sacándolos del remojo y haciéndoles trabajar 8 horas diarias de lunes a viernes. Algunos de los elegidos se resistieron en un primer momento, varios se negaron al degradante trato que se les proponía. Pero los resultados fueron contundentes el 90% de los políticos que aceptaron sus trabajos comenzaron a sudar a las dos semanas, y se vieron libres de la combustión de manera radical. Solo un 10% no rompieron a sudar, en unos casos por no ser capaces de recordar como se trabajaba y en otros por causas desconocidas.

Finalmente se decreto de obligatorio cumplimiento, la realización de un trabajo semanal de 40 horas para todos los políticos en ejercicio, trabajo que seria adicional a su servicio comunitario como ediles, diputados, senadores, alcaldes, ministros, presidentes, y cargos públicos de libre designación. Sin embargo los que eligieron cargos de representación en multinacionales, bancos, fundaciones, etc. no consiguieron romper a sudar y muchos de ellos fueron victimas de la autocombustión, los demás se vieron obligados a elegir trabajos de inferior categoría para evitar ser cenizas. En esta travesía España perdió a los mejores de sus prohombres, que no fueron capaces de sudar aunque en algunos casos se lo propusieran. Un nuevo ciclo político y social había dado comienzo.


Moraleja: 
Esconde la mano que viene la vieja.

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